En la campaña electoral norteamericana de 1992, donde se enfrentaban George Bush, padre, con Bill Clinton éste logró derrotar al supuestamente imbatible Presidente, quien optaba por la reelección fundamentando su campaña en el slogan “Es la economía, estúpido”, como una manera de enfocarse en los temas más relacionados con la vida cotidiana de los ciudadanos y sus necesidades más inmediatas. Y le dio resultado: un presidente como Bush, que arrancó esa campaña con índices de popularidad del 90%, terminó derrotado por un Clinton que hizo caso a las orientaciones de su jefe de campaña, James Carville, quien fue el verdadero creador del slogan y de la orientación de aquel duelo entre aspirantes a dirigir la nación más poderosa de la tierra.
Ciertamente, hay que ser estúpido para no entender que la economía es vital para el desarrollo de una nación, pero la pregunta de las sesenta mil lochas es ¿cómo orientar la economía si no estamos preparados educativa y tecnológicamente para la competitividad que exige el mundo globalizado del siglo XXI? La respuesta es: ¡La educación, estúpido!, porque el reto de este siglo es saber el papel que vamos a jugar en la feroz batalla por la economía del conocimiento.
Andrés Oppenheimer publicó un libro asaz interesante que tituló “¡Basta de historias!”, donde describe con maestría la obsesión latinoamericana con el pasado, lo que no ocurre en China, India y otros países asiáticos y de Europa del Este, a pesar de que muchos de ellos tienen historias milenarias. Oppenheimer lo que quiere es que nos preguntemos los latinoamericanos ¿es saludable esta obsesión con la historia? ¿Nos ayuda a prepararnos para el futuro? ¿O, por el contrario, nos distrae de la tarea cada vez más urgente de prepararnos para competir mejor en la economía del conocimiento del siglo XXI?
Es que el mundo ha cambiado y hay mandatarios, como el nuestro, que no se han dado cuenta. Nos lo dice el autor de “¡Basta de historias!”: “Mientras en 1960 las materias primas constituían 30 por ciento del producto bruto mundial, en la década de 2000 representaban apenas 4 por ciento del mismo. El grueso de la economía mundial está en el sector servicios, que representa 68%, y en el sector industrial, que representa 29%, según el Banco Mundial. (...) La receta para crecer y reducir la pobreza en nuestros países ya no será solamente abrir nuevos mercados -por ejemplo firmando más acuerdos de libre comercio- sino inventar nuevos productos. Y eso sólo se logra con una mejor calidad educativa”.
La tragedia de Venezuela es que a pesar de ser uno de los países de América Latina con mayores ingresos, debido únicamente a su renta petrolera, estamos a la cola de nuestros vecinos en materia de educación de calidad, a pesar de las demagógicas cifras gubernamentales en contrario. Oppenheimer da cuenta de ello cuando afirma: “Venezuela no solo ha sido superada por Colombia en el campo de la educación y la investigación, sino que se ha quedado atrás incluso de sus propios aliados en el mundo socialista, como China, en el campo mucho más amplio de la educación primaria, secundaria y universitaria. Mientras que China está eliminando casi todos los vestigios ideológicos de su sistema educativo, adoptando el estudio obligatorio del inglés en todas las escuelas primarias, alentando a sus universidades a firmar acuerdos académicos con las mejores universidades de Estados Unidos y Europa, e incentivando la ciencia, la tecnología y la innovación, el gobierno venezolano está fomentando la educación revolucionaria y bolivariana”. Y lo que es peor, todo ello lo hace estrangulando económicamente a las únicas universidades donde se hace investigación, que son las públicas, porque allí su ideología ha sido rechazada contundentemente.
Este gobierno va en retroceso frente a las exigencias de un mundo que se desarrolla y crece gracias a la educación y la tecnología, pero en nuestras manos está enderezar el rumbo. En las próximas elecciones tenemos la posibilidad de comenzar, aunque tarde, el camino hacia la educación para el desarrollo, pues Henrique Capriles ha hecho de la educación el principal leitmotiv de su campaña. Como Clinton, Capriles comprendió que hay que ser estúpido para no saber que debemos prepararnos para competir mejor en la economía del conocimiento del siglo XXI.
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