Durante estos últimos días
estuvimos recorriendo, como siempre, los sectores populares de Caracas. El
trabajo diario en los sitios donde hay más fervor por salir de abajo no para,
ni siquiera por elección alguna. Por eso cuando caminamos cada escalón del Barrio
Bolivariano, ubicado en el kilómetro 2 de la carretera Panamericana, en la
parroquia Coche, entramos a las casas de los vecinos quienes nos reciben con
espíritu de lucha. Con ellos conversamos siempre para buscar soluciones a los
problemas cotidianos, porque aún en 2013 siguen durmiendo entre paredes de zinc
con techos de cartón. Alí Primera les cantaba hace 40 años, y aquí seguimos.
Sus pisos de tierra nos albergan.
Sus paredes de zinc nos calientan mientras compartimos con ellos ese frágil
intercambio entre la desazón diaria, ente el desespero por una vida mejor, y el
optimismo, la lucha y las ganas porque la vida sea mejor, porque el ingreso sea
mejor, porque la comunidad sea mejor, y porque el futuro de sus hijos sea mejor
que el presente de los padres.
En el Barrio Bolivariano, como en
tantos otros sectores de la ciudad, falta todo tipo de servicios. No importa
quién se llene la boca hablando de inclusión, porque allí la realidad es entre
apagones y falta de agua. Tampoco hay recolección de basura. Eso no es
sabotaje, eso es desidia, abandono, exclusión. Los vecinos no se la calan y
están organizándose para exigir aunque sea un poste que haga llegar la
electricidad al lugar. El siglo 21 lo trae Corpoelec, si llega.
Pero lo que es peor, no hay
ninguna escuela. En la zona no se ha construido un lugar destinado a la
formación de niños ni tampo de adultos en tantas décadas. No hay discurso que
valga, simplemente no hay educación en la parte más alta del cerro. Allí no se
cumple la ley que garantiza, como un
derecho, la educación pública o gratuita. Nada.
Esta es la realidad de buena
parte de la ciudad capital de un país rico en petróleo, pero pobre en los
bolsillos de su gente. Rico en petróleo, pero pobre en sus políticas de Estado.
Es un pueblo abandonado, como no debería ser en un país que nada sobre un mar
de crudo valorado en 100 dólares el barril. Somos la capital petrolera de
América Latina, y eso nos da toda una importancia global, pero a la vez tenemos
ancianos, niños, jóvenes, mujeres solas y muchos hombres, venezolanos como
cualquiera de nosotros, sometidos a una vida condenada a la pobreza, a los
ranchos de tablas, cartón y zinc, y a la exclusión, la nula atención y a la
inexistente proteción del Estado.
Mientras tanto, desde el poder no
se han hecho iniciativas serias de infraestructura, salud, seguridad social. Es
simple, a pesar de tanto discurso y alharaca, la pobreza en Venezuela sigue
campante y nuestro pueblo huérfano de educación y de oportunidades. Eso puede
cambiar ahora. Ya tenemos en auditoria electoral, ahora toca encabezar de nuevo
la lucha por un mejor país, por una ciudad que no sea el retrato del abandono.
Podemos hacerlo, siempre con la bandera de la educación, esa la que cambia
sociedades y para siempre.
@aecarri
@alianzadellapiz
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