Antonio Ecarri Angola
Venezuela se juega su futuro. Esta frase
ya es casi un lugar común, pero es necesario repetirla porque hemos
llegado a un punto de no retorno. Las condiciones políticas, sociales y
económicas nos obligan a reinventarnos para poder sobrevivir como
república.
El principal o único ingreso de los
venezolanos, el petróleo, está sometido a un ventarrón de cambios. En el
corto plazo el entendimiento de Irán con occidente trae consecuencias
importantes en el precio del barril, la sobreoferta de unos nuevos
quinientos mil barriles, como mínimo, tendrá efectos directos sobre el
mercado. Las nuevas tecnologías también juegan un papel estelar, entre
ellas están los promotores del “fracking”, quienes están dispuestos a
soportar -por un buen rato- la producción a pesar del alto costo. Por
otra parte, la demanda también está afectada, pues la crisis Griega y la
política de austeridad europea, junto a la deflación china, pronostican
una baja que impactará ostensiblemente el mercado de los combustibles
fósiles.
A mediano y largo plazo el ventarrón se
convierte en tornado. Las constantes innovaciones tecnológicas,
impulsadas por el cambio climático, también están jugando un rol
protagónico. Conversando con expertos en el tema nos advierten del
inmenso peligro que corre el país por las consecuencias del uso del
carbón y de los combustibles fósiles en el planeta. Un círculo vicioso
de difícil salida.
El uso de nuestro único producto de
exportación contribuye de manera exponencial en el cambio climático. Se
estima que en unos 40 años podríamos tener una grave crisis en el Delta
Amacuro por el incremento de 50 centímetros en el nivel del mar,
desapareciendo islas completas y ocasionando la salinización del Río
Orinoco con nefastas consecuencias. Este fenómeno climatológico es
mundial, y por ello muchos países exportadores de petróleo ya están
tomando medidas alternativas heroicas. Arabia Saudita –el mayor
exportador de petróleo del mundo- anunció recientemente que para el año
2040 podría estar consumiendo energía sólo a través de biocombustibles,
energía solar y eólica.
Estamos obligados a reinventar a
Venezuela. Tener como objetivo convertirnos en la potencia energética
del continente equivaldría a migrar a la producción de nuevas fuentes
energéticas alternativas a la exportación del combustible fósil. Es
simple, pronto la mera explotación petrolera dejará de ser el gran
negocio que hasta ahora ha sido.
Nuestra privilegiada posición geográfica
y nuestros abundantes recursos naturales nos hacen ser una nación lista
para iniciar nuevos desafíos en esta materia. La “Siembra del
Petróleo” de Uslar equivale hoy a migrar a nuevas fuentes de ingreso. La
Venezuela petrolera que se inició en 1936 está escribiendo su último
capítulo. Ya no es sólo de sentido común, es de sobrevivencia. Las
reformas no pueden esperar más. La patria está en jaque y no queremos
pasar a la última fase del juego.
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